Ian vio como sus dos amigos descendieron de las escaleras, no pudo verlos más, sintió, con mucho temor que no saldrían de ahí, que algún especie de monstruo o ente los atraparía allí, y que se quedaría completamente solo, herido y propenso a morir.
—Eso no va a pasar—, murmuró para si mismo, intentando darse valor que sin duda era mentira, —Me defenderé, a toda costa...—.
Al momento, quiso investigar, o siquiera indagar el lugar, la niebla negra le impedía ver más allá de 1 metro, tal vez menos, o más, aunque lo que sí sabía, era que un ataque sería en cualquier momento, solo antecedido por el sonido, si es que lo producía.
Se volvió hacia la parte de adelante, quiso avanzar, no podía, o, no quería, sus amigos estaban ahí abajo, lo más razonable en ese momento era esperarlos hasta que salieran , o que se demorarán y nunca lo hicieran, estos pensamientos lo embargan, su débil pensar estaba atormentado.
“Quiero a mi mamá“, pensó, o siquiera pronunció con palabras.
No podía pensar eso, o si, cada argumento intersedia en otro más, creando varios conflictos que no pudo solucionar, decidió pues, esperar hasta que subieran, y así podría descansar.
Un ruido, o algo así, se escuchó en la cocina, esto a que el sonido fue de platos o vajillas, Ian se quedó inmóvil, ni siquiera su pecho se contraía tan duro, reguló en segundos su respiración, pues creyó que era muy sonora, al hacerlo, su oído aumentó su alcance, ignorando el poco ruido que producía y aumentando el del exterior.
Agudizado ya su oído, se limitó a cerrar los ojos, creyendo sentir que de esta manera podría tener un mayor alcance, aunque fue abandonada después de pensar en que la oscuridad no se sentía ni siquiera con los ojos cerrados, en cierta manera, era igual.
De nuevo, un sonido emergió de parte de la cocina, está vez no fue un ruido de platos, era algo diferente, no sabía bien que era, solo supo que fue un ruido. Pensó al momento que la cosa o monstruo estaba saliendo de la cocina, o que iba recorriendo parte de la casa, posiblemente en busca de él.
Quiso borrar eso de su mente, sin resultado alguno, la idea fue demasiado veraz, lo suficiente para que quedara plasmada en su cerebro. Supo entonces que tenía que hacer algo, y de una buena vez; podría correr, no en lo absoluto, tal vez gritar, aunque podría alertar a otros “monstruos” que estuvieran cerca.
Entonces, ¿Qué haría?, ¿A dónde iría?, no supo pensarlo, y presentía que el tiempo se acababa, y que podría ser mortal.
Empezó a contar los segundos, como antecediendo a un ataque, pasaron 30 segundos y no hubo un nuevo ruido, fue ahí en donde pensó que dicha criatura se había marchado, las mayorías de películas de terror que vio, le daban a entender que si un monstruo no hace ruido, puede que se haya ido.
Se tranquilizó, al fin, podía respirar con mayor comodidad, su rigidez pasmosa lo dejó, ahora, su postura era más relajada, sentía como un peso se le hubiera sacado de encima.
En esos momentos Ian recopiló bastantes simulaciones de lo que estaba sucediendo, podría ser; un ataque alienígena, la erupción de un volcán o, el fin del mundo. Todas esas cosas y más pasaron por su cabeza, sin llegar a un fin acertado o concluido. Sus amigos, ¿Dónde estaban?, la pregunta volvió como una abeja a una amapola narcótica, en el sótano, en la más completa oscuridad, mucho más que en la que se encontraba.
Resaria, sí, eso iba a hacer, rezar con mucha devoción, como las oraciones que su abuela le había enseñado, aunque algunas partes ya estaban en el olvido, su fe lograría interceder por ellos, y por él.
—No está por aquí—, el gordinflón masculló hacia la derecha. Abril, palpando con sus dedos asintió, cada vez que lo hacía sus dedos se impregnaban de suciedad, que luego era limpiado con sus ropas.
—Se que están por aquí, no he entrado mucho por estos lugares, pero sé que está por aquí, tiene que estar así—, Abril agregó a su compañero, tenía miedo, cada vez que no sentía o presentía a el gordinflón, lo llamaba, con murmuraciones y este le contestaba de la misma manera.
—Al fin—, un agudo chillido llegó a oídos del gordinflón, Abril estaba contenta, llamó a su amigo, este se acercó con cautela, al estar cerca de ella, le tocó y espalda y luego los pasó por su brazo hasta tocar la caja.
Dicha caja era húmeda, bastante para estar en un sótano en donde se supone que el frío no llega a infundir su ser. La alegría de la pequeña era enorme, tanto que inundó la de su amigo, que pronto lo compartió con ella.
Sacaron pues las linternas, al lado derecho se encontraba otra caja, más pequeña, en la que se encontraban las pilas, sacó tantas como pudo, y las guardó en una especie de bolsa cuyo color no habían visto. También sacaron muchas linternas, casi todas las que habían ahí, y cerraron la bolsa con dos nudos, todo estaba bien, ahora tenían que salir y pronto de allí, sabían que Ian no podía soportar mucho ahí afuera.
De puntillas, avanzaron por donde habían venido, siempre con los brazos hacia adelante, sin separarse el uno del otro, el gordinflón, sacó una linterna y le puso una pila, al ser encendida su haz proyecto una débil luz que pudo alumbrar una pequeña parte de adelante, no mucho, pero lo suficiente para no caerse. Lo mismo hizo Abril, con el mismo procedimiento que lo hizo el gordinflón, y lograron juntar con las dos haces una liviana luz.
Sus pasos llegaron a las escaleras, alumbraron hacia la parte de arriba, gran parte no se podía ver, así que decidieron avanzar, las tablas sonaban de una manera peor, más de lo que sonó cuando descendieron, cada pasó tenía un chirrido distinto, agudo o grave, esto no les importó en lo absoluto, solo querían subir y llegar hasta donde estaba Ian, cada escalón fue contado por Abril, sabía que la escalera tenía 23 escalones, al llegar al 21 vio la puerta, estaba cerrada, tuvo miedo de nuevo, agudizado aún más.
—¿Está cerrada?—, interrogó el gordinflón, detrás de ella y con exceptisismo.
—Veré si está cerrada—, contestó mientras se dirigía a la manivela de la puerta, y con suerte, está se abrió sin mucho esfuerzo.
—Ian, Ian, ¿Dónde estás?—, Abril exclamó con una especie de murmuro agudo, que era un llamado que esperaba pronta respuesta.
Repitió una y otra vez, sin una respuesta, ya tenía miedo, no sabían donde estaba su amigo y temían un rapto o algo peor. El gordinflón inicio otro llamado, sin una respuesta, ahora de la felicidad de haber encontrado las linternas, estas se habían marchitado con el terror de perder a su amigo. Tenían que encontrar a Ian, y no solo a él, a sus familiares, y sus amigos, con quienes habían pasado momentos felices.
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