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«Dejo estas hojas como testimonio de la muerte mi hermano».
Mudarnos era una constante en nuestra vida; desde el abandono de nuestros padres en la adolescencia, nuestro andar por el mundo consistía en un sinfín de lugares precarios repletos de rostros desconocidos hacinados sobre pisos cochambrosos, a la vez que intentábamos subsistir sin caer en la cárcel o la tumba. Fueron tiempos salvajes en los que me atormentaba la idea de que alguien pudiera separarme de mi hermano y dañarlo, él, mi hermano gemelo, era de lo poco por lo que mantenía la templanza ante situaciones que podrían volver demente a cualquiera.
Vivir en la incertidumbre era la única manera que conocíamos para enfrentarnos a nuestro día a día, para sentir que conformábamos una parte de esta sociedad, aunque fuera repelida. Por eso, cuando logré a mis veintisiete años conseguir un empleo legal y rentar en un fraccionamiento de clase media, perdimos parte del sentido existencial que hasta el momento habíamos tenido. Aunque yo era quien había insistido en realizar tal cambio, no podía evitar la preocupación que ello conllevaba, ya que habitar dentro de una zona “aceptable” podría llevarnos a confrontaciones con personas que nos detectaran como un riesgo para la seguridad de su cotidianidad. Jonathan también reflexionaba sobre esto, lo sabía porque un fuerte vínculo nos unía; es difícil describirlo, era como si hubiéramos estado "conectados" de alguna manera, si él sentía algo muy intenso, yo lo experimentaba también. Sabía lo que amaba, lo que temía, lo que añoraba… por lo que este extraño enlace consolidó nuestro afecto mutuo.
Recién habíamos llegado a la calle cuando una mujer de mediana edad y aspecto rimbombante se acercó a mí, se presentó y nos invitó a una reunión en su casa que tendría lugar ese fin de semana. Tal ofrecimiento me sorprendió pues no habíamos cruzado más de veinte palabras, sin embargo, acepté con falsa cordialidad en aras de aparentar una imagen concordante con el vecindario. En tanto Jonh, al escuchar la conversación, se acercó para cuestionarla sobre la premura de la propuesta, sugiriendo que era solo un pretexto para meter “nuevos hombres” a su casa. Ante esto, le asesté un discreto golpe en el costado y me disculpé con ella por sus palabras, la vecina respondió con una sonrisa forzada que contrastaba con sus ojos llenos de expectación. Reiteró su invitación y se retiró, mientras mi hermano me encaraba con inusual molestia.
- ¿Por qué aceptaste? Solo quiere saber de nosotros para chismearlo por toda la colonia – Reclamó.
- Debemos guardar las apariencias – Fue mi sencilla respuesta.
Jonh frunció el ceño y dio la media vuelta, dirigiéndose a la nueva casa. Decidí dejarlo ir, pues sabía cuánto le había molestado la situación. Me senté en la banqueta y saqué un cigarro arrugado de mi bolsillo, mientras lo encendía contemplaba los fresnos medianos que flanqueaban la acera contralateral, cuyas copas se opacaban a medida que el crepúsculo avanzaba. Di una calada y al sentir el humo recorriendo mi garganta, comencé a experimentar una sensación que hasta ese momento me era desconocida; se presentó como una fuerte punzada surgida del centro de mi pecho, como si una navaja lo hubiera atravesado, seguido por un intenso ardor que se expandió por mi tórax. Duró unos cuantos segundos y desapareció. Me incliné sobre mis rodillas, incapacitado por un acceso de tos. Permanecí así por varios minutos, preguntándome qué demonios había sido eso. Atribuírselo al cigarrillo era una explicación sencilla, aunque poco probable dado mi hábito de tabaquismo; parecía más haber sido una descarga enorme de rabia, como si hubiera experimentado tanto enojo al grado que mi pecho, figuradamente, había ardido en ira. No podía restarle importancia a un hecho así, en especial porque ese suceso esporádico se podía relacionar con Jonh, dada la conexión que teníamos. Pero, ¿es que acaso un desacuerdo originado por una simple y llana conversación le había provocado eso? Nunca, ni en los peores momentos, algo similar había sucedido. Hacía estas elucubraciones cuando las sombras de la noche se cernieron sobre la calle solitaria. Al percatarme de esto, me apresuré a entrar a la casa, tenía que prepararme para mi turno.
La madrugada fue larga y agotadora, el trabajo rezagado del día se acumulaba para las horas en que el movimiento fuera tan mínimo que permitiera terminar la pila de pendientes de los turnos previos. Mi rutina consistía en comenzar el mantenimiento de las instalaciones eléctricas dañadas, instalar nuevas tomas de corriente y rellenar los tediosos formatos administrativos para solicitar nuevos suministros, además de atender las solicitudes urgentes de mantenimiento. Era bien sabido que los otros hacían apenas lo mínimo necesario y mi jornada era más bien el producto de dos trabajos, sin embargo, la paga me permitía mantenerme con ese solo empleo y pensaba aprovechar el día para remodelar la nueva casa. La desventaja es que compartiría menos tiempo con Jonh, que además de acudir por las mañanas a cursos, tenía un medio turno vespertino.
«Jonh… –pensaba– tal vez no le estaba cayendo bien el cambio de vivienda. Si, era algo que nunca habíamos hecho, pero estaba seguro que establecernos en un lugar fijo permitiría mejorar nuestra calidad de vida; al haber crecido entre la inmundicia, lo único que deseaba era despertar sin la preocupación de permanecer con vida. Mi hermano era la única persona por la que sentía un fuerte afecto y eso también me incentivaba para buscar lo que consideraba mejor; quería protegerlo de aquello que pudiese amenazarlo ya que él solía ser más temperamental que yo y a menudo tomaba decisiones impulsivas que tenían resultados pueriles en el mejor de los casos. Quizá habitar en una zona así, rodeados de un tipo de personas con las que no estábamos habituados a convivir, podría suponer un riesgo para su labilidad emocional. El problema es que no sabía hasta qué punto podría resquebrajarlo. Sin embargo, también pensaba que era algo que se podía controlar, era preferible rodearse de gente hipócrita, que no suele ser peligrosa, a cuidarnos todos los días de no ser secuestrados o asesinados. Por otro lado, si no llegaba a funcionar, fácilmente podríamos movernos de nuevo a otro lado. Era lo bueno de no haber crecido atados a una familia».
Por la mañana, después de llegar a casa, me dirigí a la cocina. Ahí se encontraba John, sentado en la barra. Lo miré de reojo y lo saludé mientras tomaba una taza de la alacena.
- Ayer fuiste grosero con la señora. Tenemos que intentar aprender a relacionarnos con ellos, nos ahorraremos problemas.
Él se limitó a tomar un sorbo de café. No dije nada más hasta que me percaté de su aspecto: se encontraba pálido, con mal semblante y parecía soportar un malestar que le aquejaba. Lo primero que pensé, es que había enfermado.
- Hey, ¿te sientes bien? – cuestioné mientras me acercaba. Su mirada se encontraba fija en los primeros rayos matutinos que se asomaban por la ventana, hundida en sus pensamientos.
- Si quieres, puedes quedarte a descansar, me acaban de pagar. – volví a decir, en un intento por conseguir respuesta.
- Jonh… -– con cautela, recargué mi mano en uno de sus hombros.
- Ya me tengo que ir – dijo, levantándose de su silla.
- ¡Espera! – grité, mientras tomaba mi cartera – te acompaño.
Paró en seco antes de abrir la puerta y solo asintió como respuesta.
La estación de transporte público se encontraba a dos kilómetros, por la mudanza no habíamos podido costear un carro y el vecindario se encontraba tan distanciado de todo que parecía imprescindible tener uno. En el trayecto intenté entablar conversación con mi hermano, incluso cuestionándole directamente si se encontraba enfadado por lo del día previo, a lo que daba respuestas cortas y secas. No era habitual que tuviera ese comportamiento, pero más que una rabieta, parecía un franco desinterés por charlar conmigo. Aún lo notaba abstraído.
Conforme nos alejábamos del condominio el ambiente se volvía más agreste; las calles me recordaban a los sitios que frecuentábamos cuando niños para conseguir un poco de dinero o comida, lo cual era una señal inequívoca de problemas. Ni bien pasaron unos minutos cuando tres tipos salidos de la nada nos cortaron el paso y el más robusto exigió que le entregáramos nuestras pertenencias. Sabía que esos rateros de barrio a menudo no saben pelear y me hubiera resultado fácil noquear al más grande, cuyos movimientos se veían torpes, sin embargo, tendría que enfrentarme a los otros dos y por el aspecto de Jonh, dudaba me pudiera secundar. Decidí sacar un billete suelto que traía en la chamarra, pero era claro que no se conformarían e inspeccionaron qué otra cosa de valor tenía; había olvidado que en uno de mis bolsillos se encontraba la cartera con el sueldo íntegro. Cuando vi que la extraía, no me contuve y le solté un puñetazo en la cara. La reacción los tomó desprevenidos, tuve tiempo de esquivar a uno de ellos, pero el otro fue más ágil y me propinó un golpe en el abdomen. Me doblé por el dolor mientras me tomaban por los hombros, cuando escuché que Jonh vociferó:
- ¡Déjenlo, malditos!
El líder de la banda fijó su mirada en él después de arreglar su quijada, soltó una risilla maliciosa y sacó una navaja herrumbrada.
- Hasta aquí llegaron los dos– amenazó, mientras se abalanzaba contra él.
Me había logrado zafar del agarre de esos sujetos y estaba listo para pelear, pero cuando me di la vuelta presencié algo inesperado: en un instante, Jonh había logrado quitarle el arma al líder para herirlo en el abdomen. Los otros dos reaccionaron de inmediato, sacando cada uno sus cuchillos; él logró someter a uno de ellos y lo apuñaló en el brazo, en tanto yo me derribé al restante. Mi hermano continuó apuñalando al sujeto quejumbroso que yacía en el piso, de manera breve vi cómo sus ojos brillaban singularmente y sus labios formaban una casi imperceptible sonrisa. Una fugaz sensación de placer morboso que recorrió mi columna vertebral, hizo que me estremeciera
- ¡Jonh, ya! -– grité en cuanto reaccioné, lo que ocasionó que él saliera de aquel extraño estado de éxtasis.
Después de unos segundos, el ladrón ileso se incorporó y abandonó el lugar corriendo, en tanto un grito femenino se escuchaba a la distancia. Corrimos en dirección opuesta, escabulléndonos entre las casas y saltando algunas mallas para evitar que nos siguieran. Aquel episodio me trajo reminiscencias de los pocos momentos divertidos de mi adolescencia, cuando teníamos que emprender la rápida huida después de hurtar algún alimento. Llegamos a un lugar lo suficientemente alejado, tomamos aire y reímos unos momentos al intercambiar una mirada de complicidad.
- Son unos inútiles, ¿verdad? – dijo, con cierto tono de altanería. Me limité a asentir con la cabeza en lo que podía responder.
- Sí, creo que solo asaltan en su territorio. Nada más tenían navajas– Respondí
- ¿Crees que haya matado al último? – Preguntó, sin poder disimular la emoción en su voz. Recordé cómo se había ensañado con aquel pobre desgraciado mientras sus ojos destellaban de excitación. Lo miré con preocupación.
- Lo dudo mucho – respondí – Las heridas se veían más en el brazo, no creo que le hayas perforado un pulmón o que pueda desangrarse.
Al escuchar esto, su sonrisa se atenuó. Tuvimos que buscar una nueva ruta para regresar a casa.
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La semana transcurría con normalidad después de nuestra confrontación callejera; conversaba con Jonh durante el escaso tiempo que nos veíamos sobre su avance en los cursos y la posibilidad de cambiarse al turno nocturno en cuanto los terminara. También nos planteábamos comprar un coche, dado que el nuevo camino que tomaba al transporte público era de tres kilómetros. Durante esos días lo noté más entusiasmado, con un ánimo que no le había visto desde la infancia, no obstante, los pensamientos recurrentes respecto a los últimos acontecimientos me invadían. No me sorprendía la naturalidad con la que se había referido a un posible asesinato, vivir en la calle implica estar en contacto con la muerte de manera constante hasta que resulta indiferente, pero él había cuestionado sobre eso con peculiar emoción, casi jactándose de haberlo ocasionado, aunado a esa sensación de placer enfermizo que experimentó mientras hundía la navaja. Me sentía fuerte para desafiar a quienes pudiera dañarnos y a la vez era cobarde para siquiera confrontar a mi propio hermano. Paradójicamente, lo mismo que había impulsado mi fortaleza todos esos años, representaba una de mis mayores debilidades.
Ese sábado por la mañana recordé la invitación a la fiesta de aquella mujer, pensaba asistir solo unas horas por la tarde, ya que el turno de fin de semana comenzaba más temprano. Jonh seguía sin estar de acuerdo, sin embargo, accedió debido a su reciente buen genio. Por cuestiones de “logística” la reunión cambió de lugar a unas casas al límite de la colonia, colindantes con las zonas peligrosas. Como jamás habíamos sido partícipes en eventos de ese tipo, al menos como invitados, no sabíamos exactamente qué debíamos hacer, por lo que John comenzó a husmear por ahí en lo que yo me dedicaba a observar; veía bloques de gente entrar y salir por el portón del jardín principal, ataviados con vestiduras propias de un evento de gala, trayendo algún presente de esos que se compran por mero protocolo, saludándose entre ellos de manera exultante y charlando sobre temas triviales a la vez que sacudían un vaso de plástico rojo entre sus exagerados ademanes. Las risas llenas de falsedad, las conversaciones presuntuosas, la ridícula manera de vestir para una simple reunión … me sorprendió. Me impresionaba la frivolidad con la que podían contonearse en sus brillantes trajes, mientras se encontraban al lado de una miseria que no podían siquiera imaginarse. Tal vez había quienes, como nosotros, habían salido de ahí; no los juzgaba, estar en esas condiciones es algo que nadie querría. La diferencia era que nosotros no buscábamos inflarnos de ínfulas para evadir la realidad que nos había conformado. Busqué a John para irnos, no tenía sentido permanecer más tiempo en un lugar así, pero la vecina me abordó de manera repentina.
- ¡Qué bueno que hayan podido venir! – Saludó, a la vez que se acercaba para besar ambas mejillas.
- Gracias por la invitación, pero debemos retirarnos.
- ¡Oh, no! Espera un momento más, repartiremos las copas de champagne para brindar –. Ofreció, dándome golpecillos en el brazo.
- De nuevo le agradezco. Pero mi turno comienza más temprano hoy.
Volteó la mirada, pero en lugar de despedirse, realizó una petición:
- Bueno, si no puedo convencerte, qué se le va a hacer. Pero antes de que te vayas, me gustaría que nos ayudaras a bajar las cajas de las botellas que están en la camioneta, atrás de la casa. Necesitamos un hombre joven y fuerte - intentó decir en tono de seducción – Y por aquí son los menos, ya sabes-. Soltó una risita histriónica, que contesté con una sonrisa fingida.
Atravesamos la casa y en el camino me encontré a Jonh, le mencioné sobre las cajas.
- Vamos los dos entonces, para largarnos de una vez. – dijo.
El estacionamiento colindaba con el lugar en donde nos habían intentado asaltar, una barda de piedra y alambre de púas los dividía.
- ¿No se sienten inseguros al hacer estos eventos cerca de un lugar así? – cuestioné a la mujer
- ¡Para nada! La inmobiliaria hace un cobro adicional en estas zonas para reforzar la seguridad – repuso, con altivez.
Su respuesta me confirmaba la ingenuidad y credulidad de esas personas. Nos dirigimos a una camioneta Pick up que se encontraba casi en una esquina.
- Las cajas están en la parte trasera -. Dijo, como indicándole a un empleado su quehacer.
- Un por favor al menos, ¿no? – respondió Jonh. Yo me reí por lo bajo.
Justo estábamos en el proceso de bajar las cajas, cuando sentí la presión de algo contra mi espalda.
- Bájate, sin hacer pendejadas. Alzas las manos y te pones contra la pared, si volteas te meto un plomazo – amenazó aquella voz, mientras me empujaba para que caminara rápido.
Traté de ver a los lados, intentando hallar a mi hermano, pero la noche recién llegada no me lo permitía. Escuché un leve grito femenino atrás de mí, seguido de un golpe seco y nuevamente la orden de no gritar. Me encontraba recargado contra la pared cuando los delincuentes, que no habrían de ser más de cuatro, me exigieron las llaves de la camioneta.
- Están en la casa – les respondí, evitando comprometer la seguridad de la señora. Después me inspeccionaron y tomaron mi celular.
- Trae al otro para revisarlo igual – Dijo uno de ellos. Vi por el rabillo del ojo cómo empujaban a Jonh a mi lado para hacer el mismo procedimiento.
- Se me hace que la doña es la de la camioneta, arrástrenla acá y que no grite, ¡rápido!
En tanto los ladrones buscaban con premura las llaves, uno de ellos le gritó a mi hermano:
- ¡Te dije que no voltearás cabrón! – y le propinó un golpe con la cacha. Al escuchar esto, maniobré para desviar el cañón y darme la vuelta. Traté de lanzarme hacia ellos, pero dos me apuntaron de inmediato.
- Eh, ¡Quieto! – vociferaron, con tono amenazante. Jonh aprovechó también para voltear.
Aunque la penumbra impedía discernir adecuadamente, uno de ellos me miró con atención a través de su pasamontaña.
- A este yo lo conozco, es de los que picaron al Ramón y al Beto
Reconocí de inmediato esa voz rasposa: pertenecía al ladrón que había escapado el día del intento de asalto.
- Si, son ellos dos– mencionó después de apuntar a ambos– ahora si los voy a plomiar.
- ¡No seas pendejo! Vamos a llamar la atención, solo hay que llevarnos la troca y luego volvemos a partirles su madre – le reprendió uno de sus compañeros.
- Nel, esta si me la cobro – respondió el otro.
En tanto discutían, los otros dos hallaron las llaves. En ese momento de distracción me lancé contra uno de ellos y lo tumbé, justo cuando accionaba el gatillo. Jonh hizo lo mismo por su lado, soltando puñetazos y forcejeando. Los dos restantes, novatos a todas luces, escaparon en cuanto notaron que la gente de la fiesta, alertados por la detonación, se acercaban al lugar. Estuve luchando por arrebatarle la pistola hasta que logré obtenerla y lo noqueé con ella. Me levanté dispuesto a seguir peleando, pero el ruido de múltiples disparos me paró en seco. Al momento volteé y vi a mi hermano de rodillas al lado del delincuente abatido, había vaciado las municiones del arma en su cara. El shock momentáneo fue interrumpido por un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, serpenteando desde el pecho hasta mi pelvis, antes de transformarse en una onda de placer que me hizo sentir que flotaba. Lo llamé por su nombre y volteó, mostrando su sonrisa salpicada de sangre.
- ¿Qué has hecho? – dije, en tanto pensaba qué hacer. A la lejanía se escuchaban las sirenas de patrulla.
No podía dejar que lo detuvieran, aunque fuera en defensa propia, tendría que estar detenido y la cárcel era el ambiente perfecto para que ese extraño comportamiento se exacerbara. No, eso no debía suceder, él era mi hermano y estaba dispuesto a dar todo por su bienestar, así que aproveché su euforia momentánea para golpearlo en la mandíbula, dejándolo inconsciente. Me unté sangre en la cara, tomé el arma y me incorporé mientras la policía llegaba. Me ordenaron levantar las manos, lo hice aun sosteniendo la pistola, después me esposaron para llevarme hasta la patrulla. Los invitados, que se había replegado en la casa, me dirigían sus miradas de fascinación y repudio mientras pasaba, tal como verían a un animal de circo.
Vi llegar a la ambulancia antes de que el carro arrancara. Por más que intenté permanecer impasible, no pude evitar que una lágrima se escapara de mis ojos.
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